El mismo día, cada año

Siempre se ilusionaba cuando el mismo día del año le llegaba aquel poema escrito de puño y letra, cada año distinto, cada año más relacionado con ella y su vida. A veces sentía que el autor hubiera formado parte de ella. 

Parece como si hubiera estado hurgando en sus inquietudes, analizado sus emociones, y así saber cómo llegar más profundamente a conmoverla con aquellas palabras tan bien escogidas. Todas juntas sonaban como una melodía perfecta, le hacían vibrar junto con las rimas y los matices que emanaban del texto. En esos momentos su visión en blanco y negro se tornaba en colorida, de contornos definidos y tonos vivos, casi chillones.  

Desconocía quién lo enviaba ni por qué. Suponía que la finalidad era agradarla, pero no estaba segura, pues no sabía de nadie que pretendiera enamorarla, aunque sólo con aquel detalle y el misterio fuera suficiente.

Por la mañana del esperado día aguardaba al cartero mirando por la ventana con ansiedad, como un niño que sabe que su padre llegará con el regalo que le prometió. 

Todos y cada uno de los últimos 7 años. Pero aquel año no llegó.

Cuando ya sabía que el cartero no pasaría, apagó la luz y se fue a la cama pensando…¿Le habría pasado algo? ¿Un accidente quizás? Cualquier enfermedad podría haberle impedido enviar el poema. 

En el duermevela, entre sombras, luces, y caras conocidas, comenzó a escuchar un familiar susurro dentro de su cabeza y enseguida pudo distinguir una voz que le recitaba mientras su cuerpo se evaporaba:

No por imposible el acometido
Debes perder la esperanza
Pues aquellos que ahora te abrazan
Por ti siempre han vivido

Y en estos momentos de lucha
Aférrate a mi cuello
Que con él y todo mi cuerpo
Haré que destierres tu duda

No marches por la senda oscura
No vayas por el camino a la nada
Ven conmigo y quien te ama
Sin condición y con infinita ternura

Si aún así has de marchar
No me olvides y recuerda que aquí estuve
Los siete años que tu sueño ya ha de durar

– Parece que cada día responde mejor, ¿no es cierto, doctor?.
– He de decirle, señor, que me conmueve cómo cada diciembre, desde aquel día, le compone un poema para recitárselo al oído. No pierda las fuerzas. Es usted su vínculo con la vida. He visto casos en los que el paciente se aferra tanto a este mundo que su organismo reacciona de manera inexplicable y consigue recuperarse. Estoy convecido de que este es uno de esos casos.

Poco a poco, aquel susurro fue más claro, como si la voz emergiera de debajo del agua. Después una luz muy intensa, y un rostro familiar que le hizo darse cuenta de todo lo que ocurría en realidad.

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