De manera similar a otras novelas distópicas clásicas, como «1984», o «Ensayo Sobre la Ceguera«, la novela de Ray Bradbury, «Fahrenheit 451» es imaginativa y siniestramente profética, a la par que muy rica en cuanto a recursos literarios complejos con pasajes de una lírica poco convencional.
Sus, aproximadamente, 180 páginas se leen tan rápido que al terminar uno tiene la sensación de haber leído una relato. Sin embargo, al pensar en su mensaje, su simbolismo, la fuerza de ciertos personajes en los que no se centra la novela, caes en la cuenta de que este texto tiene una densidad inusual y esa sensación de brevedad desaparece.
No había leído este libro hasta ahora, y he de decir que me arrepiento en cierta manera. Cuando uno tiene en mente un texto escrito en 1953 sobre asuntos tan importantes como la libertad de expresión y de pensamiento, la cultura y el conocimiento, desarrollado utilizando un lenguaje en ocasiones poético, que hace fácil interiorizar la crítica que contiene, creo que tiene más fácil rebatir comportamientos como los que vemos hoy en día, donde lo que predomina es la corrección política contra la libertad de pensamiento que enriquece cualquier debate.
Por ello, no me cansaré de utilizar citas de Clarisse McClellan, o de Granger, cuando me encuentre con la situación de la que hablaba antes. Ya no es sólo la post-verdad para vestir cualquier elemento cultural con el velo de lo políticamente correcto, como podemos leer a forma de ejemplo en esta noticia («Dicen que «La Gioconda» se burla de la estupidez del machismo»), sino una animadversión hacia todo lo que suponga inadmisible visto a través de la lente ética de hoy en día. Tenemos casos muy recientes que casi encajan a la perfección en la situación, hoy por hoy, considerada absurda de «Fahrenheit 451».
Montag, en mi opinión, aparte del hilo conductor de la novela, es sólo un recurso en torno al que presentar otros personajes que soportan todo el peso del mensaje que Bradbury pretende plasmar. Así, Mildred no es más que la representación del espectador indolente, sabe que hay cosas que están mal, pero no tiene la fuerza e ímpetu suficiente para denunciarlo o intentar cambiarlo y es capaz de cometer una traición con tal de no verse involucrada. Beatty es el ciudadano convencido y conformista, conservador si se quiere, con interés en continuar el statu quo de la época descrita. Clarisse primero, y Faber después, representan la nota discordante en la sombra, influyentes en la opinión de otras personas, pero sin capacidad para cambiar nada. Lo que, en un Estado ocupado por fuerzas totalitarias, sería la resistencia. Granger y sus compañeros, por último, son las víctimas del sistema, los exiliados, a la espera de tiempos mejores que les permita volver a la sociedad civil.
Su lectura, sin duda, es necesaria. Hay muchos textos que contienen una crítica similar a la de «Fahrenheit 451», pero insisto en que la calidad literaria que ofrece no está al alcance de cualquiera de ellos.